Durante milenios, el ser humano ha buscado de diferentes formas, perpetuar su fragilidad biológica por encima de la única verdad absoluta que rige nuestra permanencia en la tierra: ‘Nacemos Para Morir’, por eso, el romano Claudio Hermippus aspiraba de forma continuada el aliento de jovencitas, mientras que en Hungría, Elizabeth Bathory, la llamada ‘Condesa Sangrienta’, se alimentaba de la sangre de doncellas adolescentes para detener su propio envejecimiento, aconsejada por brujos y alquimistas.
Hasta ahora, ni el cuerno de unicornio, ni la mandrágora, los elíxires o el caliente plasma de alguien más; han servido sino para darle rienda suelta a la imaginación, al mito de los vampiros, o a una superchería inimaginable al seno de las sociedades civilizadas, lo cual no obsta para que desde el lado oscuro del pensamiento, sigan creándose fórmulas neo-secretas en busca del mayor de los tesoros: La victoria final de nuestra especie sobre la desaparición física, fenómeno conocido bajo el nombre de… Inmortalidad.
Valentín Elizalde es hoy por hoy un ser eterno, un ángel de luz cuya tragedia desbordó de inmediato, ese cariño que cosechó durante su estancia en la tierra a través de su música, de su forma de ser, de su propia manera de sembrar en vida, todo eso que ahora se encuentra materializado en un amoroso e incorpóreo fruto espiritual, mismo que viaja a diario hasta una dimensión perenne, perpetua, a un sitio donde sólo los elegidos pueden ir y mantener su legado incólume, transparente cual gota de rocío matinal.
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